jueves, 5 de febrero de 2015

General Sherman y cómo Sam Bell volvió de la luna.

Cuando todo esto empezó no le di importancia. Ninguna importancia. No es noticia que no soy muy dada a la suerte, eso lo sabéis todos, pero, por primera vez en mi vida, me lo tomé con optimismo y dije que no pasaría nada, que era una mala semana. 

Cuando llevaba dos semanas así empezaba a pesar. Una mochila un poco más grande de lo normal. Decidí mantenerme ocupada y no pensar en nada. Tenía cosas que hacer y no fue muy difícil.

Cuando se cumplió un mes decidí volver a casa. Mamá siempre va a hacerlo bien. Me compré una cobaya y lloraba todo el rato. La mochila se había convertido en un contenedor enorme de gasolina y me escocían las heridas que, poco a poco, se habían ido reabriendo.

Pasó otra semana de llantos, abrazos y mantas por encima de la cabeza. Yo no paraba de escuchar Zahara y soñaba con huir al general Sherman, como ella.  Cuanto más cerca de mis estrellas estuviese mejor me encontraría.

Ha pasado otra semana más. No he huido de aquí. No salen las estrellas. Nieva, me hace daño a los ojos y a la suerte. Hoy me he caído y la verdad es que no tenía ganas de levantarme. Solo quería tumbarme en el hielo y esperar a que mi Sam Bell viniese a buscarme y me metiera en la bañera, como Freddie a Effy. 

Esta noche no puedo. Los nubarrones tapan directamente mis ojos. Me está entrando afonía y quisiera dormir hasta dentro de 1000 años con Sam Bell para despertar y tener una mascota llamada Mordisquitos. 

Pero no puede ser. Mañana tengo examen. Y cada minuto que pasa grito más fuerte para mis adentros lo más básico que nadie podría oír.

Sam Bell, llévame contigo a la Luna.

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